El día que trataron equivocadamente de cipayo a Borges

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Ocurrió en Necochea en 1964, cuando se realizó la Fiesta de las Letras

Por CARLOS ALBERTO FALCONE (colaboración)

 

Los años sesenta fueron signados por la irrupción de las “juventudes” como nuevo protagonista de los acontecimientos sociales. El “Mayo Francés” con sus utopías, cuestionando a la sociedad burguesa  en forma “intelectual” (“muere más gente en un casamiento mexicano que en una revolución en Europa”) y la “Primavera de Praga” con su juventud masacrada por los tanques rusos, que dejaba al descubierto una verdad siniestra: la URSS no era el paraíso del proletariado ni los PC del mundo los “defensores de la paz”, incentivaban a repensar todo el pensamiento de la izquierda en el mundo.

Era la época del optimismo revolucionario y de las utopías de las juventudes (teniendo en cuenta que “jóvenes” para esos tiempos sólo eran los de clase media, los demás eran “aprendices”, “media cuchara” o simplemente “muchachones”) que como en general terminan las utopías, presagiaban la tragedia.

En el año 1962 grupos de distinta extracción de izquierda, mayoritariamente universitarios y de varias provincias formaban el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN), teniendo como principal convocante a la figura de Jorge Abelardo Ramos, un político marxista, historiador y escritor.  Este partido, de inspiración trotskista, se diferenciaba del resto de la izquierda, ya que entendía que la contradicción fundamental en una semi-colonia no era la del proletariado y la burguesía sino la de un frente de clases que se antepusiera al imperialismo. Una de las consignas fundamentales era la de la Unidad de América Latina, una Nación balcanizada (de acuerdo a la definición de Nación: un territorio común, un pasado histórico compartido y una lengua única; a lo que se sumaba una población mayoritariamente criolla (mestiza) y una religión matizada por las de los indígenas).

Un partido con una formación intelectual revisionista no dejaba (de acuerdo a la tradición marxista) ningún aspecto de la actividad social y política sin analizar. Desde el revisionismo histórico de nuestro país (del que partimos con la lectura de “Revolución y Contrarrevolución en la República Argentina”), pasando por los de la Patria Grande (Historia de la Nación Latinoamericana), hasta las ciencias y la cultura. La literatura, por su papel principal en lo que Sprangler denominó “la colonización pedagógica”, tenía un particular tratamiento y en ella se destacaba un escrito de Ramos titulado “Crisis y Resurrección de la literatura en la Argentina” (se encuentra en PDF por internet) en la que se analiza una forma literaria practicada por nuestra elite intelectual, que Ramos identifica como “propia de los pueblos vencidos” a la que se les impone “un traje, un tipo de comida, una literatura y una lengua”.

Dentro de esa corriente los prototipos ofrecidos como ejemplo son Martínez Estrada y Jorge Luis Borges, a los que se antepone la figura de José Hernández y su Martín Fierro.

Evidentemente con mis veinte años, siendo uno de los primeros afiliados al PSIN no se podía esperar que Borges fuera un objeto de mi admiración, aunque debo confesar que, aún siendo un lector compulsivo, no lo había leído sino en partes que me confirmaban largamente mis opiniones políticas.

CASUAL COINCIDENCIA

En el año 1964 sucede un casual encuentro, ya que en Necochea se dan dos acontecimientos; uno es la realización por parte del Municipio de la llamada “Fiesta de las letras”, un evento cultural que reunió en la ciudad balnearia a personalidades tales como Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Córdoba Iturburu, Silvina Bullrrich, Juan Filloy, Ulises Petit de Murat, Marta Linch y Mujica Laínez, entre otros que se escapan de mi memoria.

En forma paralela y mucho más modesta se realizaba en las dunas que rodeaban las playas en dirección a la escollera, el Primer Campamento de la Izquierda Nacional, con la presencia de compañeros de varias provincias, entre los que se destacaban uno de los fundadores de la UOM, Ricardo Carpio, Jorge Eneas Spilimbergo y Jorge Abelardo Ramos.

Un entusiasta grupo de jóvenes asistía a charlas, cursos e intervenía en debates sobre los más variados temas, a la vez que practicaba deportes y disfrutaba de las jornadas de playa. Por las noches, fogones y guitarreadas en medio de los intercambios de opiniones políticas.

Como primera interacción entre los dos acontecimientos recuerdo que entre las actividades que se desarrollaban en la Fiesta de las Letras había una que seguramente estaba destinada a tomar contacto con un público menos especializado y se denominaba “Diálogos en la arena”. Consistía en que algunos escritores un día a la semana concurrían a la mañana a un balneario y, sentados en sus reposeras bajo una sombrilla, respondían a las preguntas de quienes los rodeaban.

Una mañana desapacible, con un nublado que dejaba muy de vez en cuando ver el sol y un viento frío del este anunciador de chaparrones, se nos ocurrió a un grupo de jóvenes militantes ir a ver de qué se trataba.  Nos encontramos con unos cinco escritores emponchados que resistían estoicamente el clima y con una playa vacía de bañistas y de preguntones. Los cinco o seis que concurrimos los rodeamos asistiendo en silencio a las conversaciones de los consagrados, hasta que uno de ellos, creo que Mujica Lainez, decidió que era el momento de darle un poco de participación a los espectadores y dirigiendose a uno de nosotros, creo que a Jorge Raventos, le preguntó; “Joven, usted escribe?”.  La respuesta fue “y leo también”  con lo que presenciamos (y tomamos parte) en uno de los notorios fracasos de “diálogos en la arena”.

Allí también nos enteramos que Jorge Luis Borges, invitado por un grupo de señoras integrantes de entidades culturales necochenses, daría una charla en un local de la galería Minerva.  Uno de los integrantes del grupo, cuya identidad se me borró con el tiempo, me propuso ir a la misma para increparlo a viva voz sobre su papel nefasto en la cultura nacional. Acepté con entusiasmo y la mañana de la charla en cuestión los dos bajamos de un colectivo justo para llegar a la finalización de la conferencia. Un grupo de curiosos ocupaba la vereda a la entrada de la galería y en el medio, ya de espaldas, caminando con paso vacilante,  venía un hombre de traje al que dos señoras acompañaban tomándolo del brazo mientras otras lo rodeaban formando un coro de conversaciones. Rompimos empujando el cerco de curiosos y fue entonces que vi que una de las señoras que me miraba espantada era una querida tía, una cordobesa encantadora y sumamente culta, lo que me hizo dar un traspié y me dejó mudo, aunque mi compañero, ya un metro de Borges, no tuvo el mismo reparo y profirió un fuerte grito: “cipayo!”.

Todos nos miraron, aunque mucho dudo que alguno entendiera siquiera lo que se había dicho y lo que significaba, aunque  sí Borges quien se soltó de sus acompañantes, dio vuelta su rostro hacia nosotros y nos dijo: “Yo no soy un cipayo!”. No lo dijo con tono de reproche, sino más bien como una queja, con un tono casi coloquial, lo que nos dejó sorprendidos de tal forma que, cuando quisimos reaccionar ya lo habían introducido en un automóvil y se alejaban del grupo de gente que nos miraba, sin saber a ciencia cierta qué era lo que había ocurrido.

TRANSFORMACION EN ADMIRADOR

Pasaron los años, con mayor madurez comencé a diferenciar la crítica al argumento de lo escrito de la del estilo del escritor y me transformé en un admirador de Borges y un lector y re lector de sus libros, aunque a veces esto me creaba algunas contradicciones con los temas tratados.

Pero la comprensión más abarcativa  de Jorge Luis Borges la tuve en el año 1994 cuando, al fallecer Jorge Abelardo Ramos, encontramos una carta impactante por la descripción que hace de Borges y que es casi una reivindicación la que insólitamente también es una continuidad de las críticas de “Crisis y Resurrección de la literatura argentina”. El tema de la misma es una respuesta al escritor Carlos Eduardo Feiling, al que Ramos finge desconocer, pero es fundamentalmente un alegato sobre Borges.  La publiqué en “La Patria Grandeon line con una breve presentación explicativa y creo que vale la pena saber por qué nos equivocamos al gritarle “cipayo” en Necochea.

TEXTO DE RAMOS

Una crítica literaria aparecida en el matutino “Clarín” llevó a Jorge Abelardo Ramos a escribir esta respuesta que, al declinar su salud, poco antes de su lamentado deceso, no fue enviada. Esta carta incursiona, con el estilo irónico y mordaz que lo caracterizó, en ese entretejido cultural que forma la intelligentzia de los países semicoloniales. Rescata a Borges, actor y víctima de una tragedia que lo contenía y lo realza en comparación con ese microscópico universo “progre” compuesto por un amplio sector de la clase media semi ilustrada, que carga sus tintas en el rencor social y la frustración personal. He aquí el texto:

“El señor C.E.Feiling me ha proporcionado un estremecimiento inédito. Por sus iniciales y apellido pienso que el señor Feiling es inglés, y quizás también lo sea por su evidente erudición y destreza literaria expuestas en su artículo del jueves último. Quizás sea joven y apasionado, lo que es bueno, sobre todo tratándose de un inglés.

Además, que un ciudadano de ese origen se ocupe de un modesto argentino, no deja de ser para mí extremadamente lisonjero.

El señor Feiling sostiene en su artículo que la crítica al imperialismo contemporáneo ha sido y es desacreditada por el espanto que produce en la gente de bien los predicadores de tal crítica, entre ellos nada menos que el Ayatolah Komehini y quien firma.

Este homenaje me abruma. Ignoraba hasta que llegó Feiling, el grado de mi imprudencia mundial.

Aunque no fuera cierto, le quedo muy agradecido y me siento sumamente gratificado.

Al fin y al cabo, cuestiones políticas aparte, ajenas por lo demás a la Argentina, sin duda el Ayatolah Komehini encarnaba, en su momento, el poderoso fuego de la fe en un milenio escéptico y movilizó millones de almas en torno a la tradición coránica, que parecía mucho menos importante que el poderoso ejército del antiguo sha reinante.

Solo quisiera rectificar en un punto al señor Feiling. Se trata de una atribución errónea.

El señor Feiling dice que yo he tratado a Borges de cipayo. No es así. Borges no fue nunca un cipayo (la palabra “cipayo” es un vocablo persa o iraní, la misma lengua del Ayatolah, que quiere decir “hombre de a caballo” y que, por extensión, en la India se aplicaba a los soldados hindúes que, en lugar de defender su patria, servían a los ingleses dominantes.)

Y digo que Borges nunca fue un cipayo porque toda su formación, desde su nacimiento, fue el resultado de varios factores que hicieron de él un gran poeta cosmopolita bilingüe.

Por un lado, el inglés no lo aprendió en una academia de la calle Maipú, como tantos cipayitos que quieren huir de su patria, sino que lo bebió de los labios de su abuela. En la infancia su padre, que era un intelectual afrancesado y anglicanizado, lo encerró en una maravillosa biblioteca repleta de literatura inglesa fantástica, donde el nutrió sus primeros sueños, que son los esenciales en un ser humano. Luego su adolescencia transcurrió en Ginebra, de la misma manera que fue Ginebra el lugar que eligió para morir.

Él enseñaba a los ingleses, con una dicción perfecta, el inglés medieval y a los norteamericanos les enseñaba el inglés básico. Al mismo tiempo era dueño de un genio verbal por todos reconocido.

Yo diría, más bien, que pertenecía de algún modo y pese a las diferencias de tiempo y lugar, a ese tipo de intelectual anglo indio que en Bengala, Bombay o Calcuta soñaban con ser ingleses refinados, con ir a Oxford o a Cambridge, con incorporarse a la potencia dominante, que era la más poderosa y refinada de su tiempo y que, ciertamente, hablaban el inglés mejor que Shakespeare. Muchos de ellos lograron finalmente ser oxfordianos.

Tenían el corazón dividido o, mejor dicho, las dos almas entrelazadas.

Esos grandes intelectuales anglo indios terminaron finalmente, en muchos casos, yéndose a vivir a la metrópoli.

Repetían, como en el caso de Borges, el drama de Paúl Groussac, un amargo francés, notable escritor castellano, que siempre soñó con ser escritor en Francia y que se vio obligado a seguir un, para él, oscuro destino sudamericano.

No era ni francés ni argentino. Era las dos cosas. Esta especie de cruzamiento intelectual entre potencia y colonia, en el caso del Río de la Plata, dio como resultado a un gran poeta anglófilo que, desde ya, detestaba todo lo que podía ser bien criollo, pero cuyo arte literario de tajante corte bizantino y de culto a la pura forma, va a constituir la admiración de todos los textos literarios del porvenir.

Baste recordar, para un último ejemplo que dedico al señor Feiling, con  que apasionada atención centenares de intelectuales hindúes, encerrados en el inmenso continente colonial, escuchaban por las noches durante la segunda guerra mundial, entre los golpes de interferencia de la estática de la radio y el mar, las emisiones de la BBC dirigidas a la India como propaganda de guerra, donde hablaban nada menos que George Orwell, el filósofo Jhoart Foster y otros grandes espíritus ingleses sobre temas que concernían específicamente a la tradición occidental británica y no, por supuesto, a la milenaria tradición espiritual de la India.

 

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