El primer trago es el que cuesta

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Por CARLOS ALBERTO FALCONE (periodista)

“Los que partieron para siempre y no llegaran tampoco…..
A todos esos devoradores de distancia, es el mar el que hoy les sirve.
¿Crees que les parecerá bastante?
El que una vez puso en él los labios, difícilmente suelta el vaso.
Se tarda en beberlo, pero puede probarse.
El primer trago es el que cuesta.”
Paul Claudel – Balada

 

Uno se pregunta (me pregunto), cómo gente amable, incapaz de una mala acción, puede terminar apoyando actos espantosos, que estremecen por su falta de humanidad, ya sea por participar activamente de ellos o por permitirlos con su silencio y su pasividad.
Cómo puede ser que esos alemanes, cultos y lectores de textos filosóficos, pudieran, casi de golpe encolumnarse en los crímenes de las hordas nazis, integrar sus cuerpos orgánicos y asistir a sus monumentales actos.
Cómo puede ser que el sufrido pueblo ruso y la misma dirigencia bolchevique, que se decía revolucionaria, aguantara y sostuviera un criminal sádico como José Stalin y viviera en una sociedad donde la muerte, la tortura y el envío a los campos de concentración en Siberia eran el pan de cada día, muchas veces fruto de la delación entre amigos y parientes.
La verdad empieza a saltar al ruedo hoy que se abrió la puerta del revisionismo y centenares de libros que analizan hechos históricos o simplemente novelas testimoniales, llegan a nuestras manos.
Al principio fue el convencimiento, el entusiasmo por algo que surgía avasalladoramente y en el que la mayoría se sentía contenido y expresado. Con la llegada de los acontecimientos cada vez más siniestros, venía el desengaño y el intento de enfrentar el monstruo que crecía trágicamente. Entonces se desataba la represión, el castigo por la traición, y sobre todo, el miedo. En última instancia una vez naturalizada la barbarie era tan solo dejar hacer u ocupar el engranaje que le tocara en suerte en la máquina. Como escribía el poeta, “el primer trago es el que cuesta”.

GRABOIS, EVANGELIOS Y LOS FRATICELLI
En el canal de TV “América”, en un programa llamado “Involucrados” el dirigente kirchnerista Juan Grabois aseguró que “si no hubiera crecido en una familia de clase media-alta y hubiera padecido carencias económicas, habría optado por “salir a chorear de caño”.
Grabois, un hombre ligado a la Iglesia y al Papa Francisco, parece con esta frase alejarse del marco de la “doctrina social” y acercarse más a la herejía de los Fraticelli, una secta aparecida en los siglos XIV y XV principalmente en Italia que se guiaba por las enseñanzas de San Francisco y cuyo extremismo los enfrentó con los franciscanos en particular y la Iglesia en general, llevándolos a ejercer la violencia y el asesinato sobre quienes, con razón o sin ella, opinaban que se habían enriquecido y corrompían los votos de pobreza evangélica y humildad que exigía el santo.
Pero fuera de los aires heréticos y medievales que sobrevuelan al acólito del actual Francisco, hay algo siniestro y actual que sus palabras soslayan. Lo primero es la intencionada confusión entre “pobres” y “delincuentes” que hace al espíritu de la frase en cuestión. No todos los “pobres” (ni siquiera aquellos que han caído en la indigencia) buscan la solución a su situación por medio del delito violento y no todos los delincuentes que así actúan son pobres. Es más, el mismo Grabois muestra el hecho cuando explica por qué no saldría a “cartonear”, que es una de las formas, junto con la ayuda del Estado, en que sobreviven quienes no tienen otra opción. Es una opción “miserable”, aunque no lo sea delinquir.
Pasa que Grabois no piensa como un franciscano, piensa como un Fraticelli, y cae en la discriminación que muchos de sus compañeros kirchneristas tanto critican, al menos de palabra.

VICTIMAS Y VICTIMARIOS
La segunda cuestión es que los que “salen de caño”, pobres o no, son victimarios, no víctimas. Las víctimas son los trabajadores que esperan en una esquina el colectivo y les pegan un tiro para sacarles los veinte pesos que llevan en el bolsillo. Es el muchachito que va a la escuela o al trabajo y lo asesinan para robarle un celular viejo. Es el pobre tipo que con miles de sacrificios se compró un autito y al que su mujer y sus hijos quedan esperando porque está en la morgue por resistirse a perderlo. Es el jubilado que los hijos encuentran baleado en su casa al lado de su mujer quemada con la plancha para que le digan donde tienen lo que han ahorrado de la jubilación.
No Grabois, estos tipos no son “victimas”, son unos hijos de puta y el caso de este dirigente es que él mismo se postula para integrar la categoría.
En Argentina teníamos un Evangelio criollo al que conocíamos desde la escuela primaria y aún antes. Era el Martín Fierro en el que se leía: “ave de pico encorvado/ le tiene al robo afición/ pero el hombre de razón/ no roba jamás un cobre/ pues no es vergüenza ser pobre/ y es vergüenza ser ladrón”. Figuraba hasta en los almanaques. Pero antes de que Grabois y los suyos descubrieran que los Evangelios autorizan a asesinar inocentes.
Pero acá no termina esta historia, porque ninguna voz ha salido de su partido, ni un solo mensaje de su dirigencia, para rechazar sus palabras. Es más, en Necochea una de las listas del kirchnerismo está dispuesta a usar la agrupación “Patria Grande” de Grabois para presentarse.
Esta agrupación está compuesta por ciudadanos que son nuestros vecinos y en muchos casos amigos, aunque no compartamos su idea política. Son gente pacífica y normal, con sus oficios y trabajos, sus familias y su vida comunitaria. Yo diría que son más propensos a que alguien los asalte de caño a que ellos lo hagan. Pero han decidido callar y naturalizar lo que Grabois dice.
Y eso es muy grave, porque las palabras anteceden y preanuncian los hechos. Y porque, como decía el poeta, es el primer trago el que cuesta. Después se acepta cualquier cosa.

 

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